sábado, 12 de abril de 2008

Venid, ángel mió, si me amáis,
a salvadme de este sufrimiento.
Confúndete con las sombras de la noche,
difumina tu luz en mi cuerpo,
sacia mi sed con tus besos...
Más si tu mirada fuese
enemiga de la mía,
venid a arrojar mi maltrecho cadáver
a los brazos ardientes de la hoguera.
Dejad que esta paria maldita se consuma
hasta volverse cenizas,
que el viento las esparza sobre la tierra
y las convierta en olvido.
Venid, oh! hermoso ángel
redentor o crucificador,
que con ojos anegados en llanto
y postrada de rodillas,
os suplico la salvación.

Medea

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