sábado, 26 de julio de 2008

Invariablemente retorno al lugar de origen,
donde los sueños se extinguen bajo las sábanas pálidas y frías,
donde la sed se ahoga emborrachándose con las lágrimas de un muerto carcomido por los recuerdos,
donde el viento se lleva los suspiros al olvido,
donde la nada es todo y donde el todo... nunca existió.

Medea

Décima muerte

I

¡Qué prueba de la existencia
habrá mayor que la suerte
de estar viviendo sin verte
y muriendo en tu presencia!
Esta lúcida conciencia
de amar a lo nunca visto
y de esperar lo imprevisto;
este caer sin llegar
es la angustia de pensar
que puesto que muero existo.

II

Si en todas partes estás,
en el agua y en la tierra,
en el aire que me encierra
y en el incendio voraz;
y si a todas partes vas
conmigo en el pensamiento,
en el soplo de mi aliento
y en mi sangre confundida,
¿no serás, Muerte, en mi vida,
agua, fuego, polvo y viento?

III

si tienes manos, que sean
de un tacto sutil y blando,
apenas sensible cuando
anestesiado me crean;
y que tus ojos me vean
sin mirarme, de tal suerte
que nada me desconcierte
ni tu vista ni tu roce,
para no sentir un goce
ni un dolor contigo, Muerte.

IV

Por caminos ignorados,
por hendiduras secretas,
por las misteriosas vetas
de troncos recién cortados,
te ven mis ojos cerrados
entrar en mi alcoba oscura
a convertir mi envoltura
opaca, febril, cambiante,
en materia de diamante
luminosa, eterna y pura.

V

No duermo para que al verte
llegar lenta y apagada,
para que al oír pausada
tu voz que silencios vierte,
para que al tocar la nada
que envuelve tu cuerpo yerto,
para que a tu olor desierto
pueda, sin sombra de sueño,
saber que de ti me adueño,
sentir que muero despierto.

VI

La aguja del instantero
recorrerá su cuadrante,
todo cabrá en un instante
del espacio verdadero
que, ancho, profundo y señero,
será elástico a tu paso
de modo que el tiempo cierto
prolongará nuestro abrazo
y será posible, acaso,
vivir después de haber muerto.

VII

En el roce, en el contacto,
en la inefable delicia
de la suprema caricia
que desemboca en el acto,
hay un misterioso pacto
del espasmo delirante
en que un cielo alucinante
y un infierno de agonía
se funden cuando eres mía
y soy tuyo en un instante.

VIII

¡Hasta en la ausencia estás viva!
Porque te encuentro en el hueco
de una forma y en el eco
de una nota fugitiva;
porque en mi propia saliva
fundes tu sabor sombrío,
y a cambio de lo que es mío
me dejas sólo el temor
de hallar hasta en el sabor
la presencia del vacío.

IX

Si te llevo en mí prendida
y te acaricio y escondo,
si te alimento en el fondo
de mi más secreta herida;
si mi muerte te da vida
y goce mi frenesí,
¡qué será, Muerte, de ti
cuando al salir yo del mundo,
deshecho el nudo profundo,
tengas que salir de mí?

X

En vano amenazas, Muerte,
cerrar la boca a mi herida
y poner fin a mi vida
con una palabra inerte.
¡Qué puedo pensar al verte,
si en mi angustia verdadera
tuve que violar la espera;
si en vista de tu tardanza
para llenar mi esperanza
no hay hora en que yo no muera!

Xavier Villaurrutia


viernes, 18 de julio de 2008

Allá a lo lejos se ve la sombra de la mujer efímera, trato de alcanzarla. Se aleja a cada paso de la luna creciente.
El reflejo en el agua es menos perdurable.
De su espalda brotan alas, vuela, corro.
La oscuridad la cubre y el viento se la lleva a un lugar donde mi voz no la alcanza.
Grito tu nombre y de mi boca brotan mariposas muertas, mis manos se rompen en el silencio, mi ser se desgarra entre el llanto y la desesperación.
Soy sólo una luz opaca, sin cuerpo, sin voz, sin nada...

Entonces un sobre salto y descubro que sólo estaba soñando.

Medea



Sólo la paloma conoce sus cielos.
En sus alas vislumbre la oscuridad de su huida.
Puedo ver la realidad:
El lento claudicar del horizonte
y un amargo adiós suspendido en el silencio...





Medea

Te estremeces entre mis brazos presa del deseo,
pequeña mariposa de ojos de verdugo.
Guillotinas mi voz,
atravesando tu filosa lengua en mi garganta.
Devoras carne, sangre y células al morder mis labios en un beso crucificador.
Ansío morder los tuyos cuando tus uñas desaparecen al arañar mi espalda.
Te cobijas como agonizante ave malherida mientras recorro tu sexo e invoco tu nombre.
Soy verdugo de la victima que mata.
Soy victima del verdugo que resucita.
Soy... somos... carne de la carne, pecado del pecado...
El deseo inconsumible nos insita.
Devoramos piel en la lucha cuerpo a cuerpo bajo las sábanas de la cama que guarda nuestros sudores.
Tu lengua se agita furiosamente en mi boca, dulce fruta que saboreo.
Tiemblo, tiemblas. Temblamos por el exquisito deseo del placer consumado de esta inquisidora guerra nocturna.
Medea