sábado, 12 de abril de 2008

Llegas, pequeña mariposa dorada,
revoloteando entre los pliegues de mis sábanas frías.
Te desnudas como si estuvieras sola.
Me seduce el resplandor de tu piel morena.
Como serpiente de mil lenguas
me arrastro por los rincones de tu cuerpo.
Las manos inquietas aprisionan tus senos
mientras nuestras bocas se unen en un beso profano.
Recorro tu sexo,
dulce monte enrizado que promete placeres señoriales,
digno manjar de mortales que se abre al contacto de mis dedos libertinos.
Suspiros,
respiraciones entrecortadas,
suplicas,
promesas,
pieles siendo un solo cuerpo.
Bebo, carcomo,
estrangulo el deseo inconsumable que quema nuestros sexos.
Llegaste, pequeña mariposa dorada, a llenar los pliegues de mis sábanas vacías...
Ahora sólo somos dos sombras amorfas que se han diluido
en la oscuridad perenne de la habitación y que al despertar el alba se han de separar.

Medea

1 comentario:

Julio César dijo...

Hola
Hermoso poema,delirante sensacion de desvario que inunda me carne al verte pasar rauda por mi pensamiento.
Aun te recuerdo mariposa de verano.