lunes, 1 de septiembre de 2008

El insomnio abre la puerta de tu recuerdo. Entras como una ráfaga de aire fresco golpeando mi rostro. Me quedo en silencio escribiendo en el viento tu nombre.

Tu sombra se desliza sagazmente por mi cuerpo, invade las paredes, los muebles… te mueves ágilmente. Entras a mis sábanas como tenues caricias, tocas mi sonrisa con tus labios, mi piel con tu piel, mi sexo con tus manos (forjadoras de deseos consumados). Entonces un suspiro y nada, tú no estas ahí, sólo son sueños delirantes bajo los hilos plateados de la luna cristalina que me mira.

Luna maldita, deja de evocar su cuerpo. Viento vil no traigas sus murmullos. Dejen que mi cuerpo se confunda con la niebla oscura que invade los recovecos rincones de mi alma.

La noche esta consumiéndose, tras ella deja un olor a cadáver fresco. Son las cinco, hora de la aniquilación de tu recuerdo. Te veo danzando en el humo del cigarrillo a medio fumar. Escapas por la ventana, convertida en oscuridad, en ausencia, en lejanía.

Amanece, sólo quedan frases, son tantas que bajo el débil rayo del sol, en medio de esta locura calcinante, las desecho una a una, amontonándolas junto a los cadáveres de los minutos que han transcurrido.

Sólo frases, frases que te heredaría con placer si tan solo con eso regresaras pero el nuevo día trae consigo la melancolía transformada en soledad.

Medea

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